A casi nadie se le escapa que los biocombustibles son un tema de actualidad y con un gran futuro. Las grandes industrias biotecnológicas financian a las universidades americanas con grandes sumas de dinero, en un intento de hacerse con la mejor investigación. Cada vez con más frecuencia, se abren nuevas plantas para su fabricación. Y los gobiernos, incluso el español, legislan al respecto.
Los combustibles fósiles, como el petróleo y sus derivados, constituyen un recurso no renovable. El efecto invernadero y el calentamiento global se atribuyen a la acumulación en la atmósfera del dióxido de carbono producido en su combustión. La quema de biocombustibles también produce dióxido de carbono. Así que, ¿cuál es la diferencia?
Los combustibles fósiles aportan a la composición de la atmósfera grandes cantidades de carbono que, de otro modo, se encontrarían confinadas en el subsuelo, en forma de carbón o petróleo. El carbono de los biocombustibles, sin embargo, procede de la atmósfera, de donde es capturado por las plantas, que lo incorporan a su biomasa gracias a la fotosíntesis.
Por lo tanto, al menos en teoría, los biocombustibles tienen dos ventajas: solamente aportan a la atmósfera el carbono que las plantas tomaron de ella previamente, a la vez que disminuyen la dependencia del petróleo y de los países que lo producen.
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